“Decía además: Así es el reino de Dios, como cuando un hombre echa semilla en la tierra; y duerme y se levanta, de noche y de día, y la semilla brota y crece sin que él sepa cómo. Porque de suyo lleva fruto la tierra, primero hierba, luego espiga, después grano lleno en la espiga; y cuando el fruto está maduro, en seguida se mete la hoz, porque la siega ha llegado” (Marcos 4:26-29)
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El pasaje de hoy, a pesar de ser una parábola corta nos brinda una importante enseñanza acerca del significado de la fe. Al leer el pasaje podemos observar que el hombre que cultiva, tiene la tarea de echar la semilla en la tierra y dejar a ella su crecimiento, desconociendo él como llega a ese punto. Se trata más de la interacción entre la tierra y la semilla cultivada que de cualquier acción que pueda llegar a realizar el hombre que está sembrando.
La fe se trata de eso. Cada día, Dios haciéndose presente en nuestras vidas, moldeándonos, cambiándonos, sin saber nosotros en que momentos lo hace o como lo hace, es decir, como el granjero, teniendo muy poco control sobre el proceso.
Lo grandioso de cultivar nuestra fe en el Señor, es comprender el gran interés que tiene por nosotros, la vocación que dedica a nuestro cuidado y como la tierra hace por la semilla, su lucha constante por nutrirnos como discípulos completamente desarrollados.
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