“Entonces la mujer, temiendo y temblando, sabiendo lo que en ella había sido hecho, vino y se postró delante de él, y le dijo toda la verdad. Y él le dijo: Hija, tu fe te ha hecho salva; ve en paz, y queda sana de tu azote” (Marcos 5:33-34)
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Seguramente alguna vez escuchaste el pensamiento : “La práctica hace al maestro”. Es decir, si trabajamos más y más duro, no cometeremos errores. El mundo de hoy nos pone en una constante presión para llegar al nivel más alto de perfección.
Dios, sin embargo, nos ofrece otra manera de enfrentar esta realidad. Nos conoce y sabe de nuestras imperfecciones y las acepta, regalándonos su amor y cuidado de forma incondicional.
Cuando nuestra fe en Dios se fortalece y consolida, Él nos convierte en seres plenos, perfectibles, regocijados en su presencia y compañía. Está plenitud, no es una que requiera perfección, sino la plenitud de un Padre misericordioso que nos permite afrontar, para mejorar lo que somos, un nuevo día. Una plenitud que nos da la paz suficiente para enfrentar un nuevo reto, sin la ansiedad ni la presión obsesiva, que no da lugar a ningún tipo de falla.
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Con Dios no necesitas ser perfecto. Todo lo que Él pide es que le brindes tu mejor esfuerzo. Ten Fe.
Palabra Diaria: Señor, concédeme la disciplinia y perseverancia, para dar en todo momento, mi mejor esfuerzo, confiando siempre en los resultados que Tu dispongas en mi camino.