Palabra:
Echad de vosotros todas vuestras transgresiones con que habéis pecado, y haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo. (Ezequiel 18:31)
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Convertirnos en hijos de Dios implica recibir su gracia, pero también aceptar un enorme compromiso, ser imagen y semejanza del Señor en nuestra acción, pensamiento y palabra.
Es verdad, no es una tarea fácil de cumplir, porque implica el desafío de cambiar, de someternos a esa maduración a la que Dios nos llama para cumplir las acciones de bien que honran al Señor: vivir en honestidad, practicar la caridad, proveer fortaleza a aquellos desalentados, sostener a los débiles, ser pacientes.
Y es que aceptar a Dios es cambiar de corazón, abriendo en Él un espacio para su entrada, dejando que sea El Señor el que nos mueva, nos guía, nos oriente y nos anime, confiándole nuestras cargas y sabiendo que la prioridad para nosotros es su obra y su propósito de bien.
Acerquémonos cada día al cambio que Dios espera de nosotros, dejemos abierto nuestro corazón, con confianza y con fe para que el pueda entrar y moldearnos a su imagen y semejanza como su maravillosa creación.
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Oración:
Señor, que cada día pueda fortalecer mi corazón y espíritu, conforme a las maneras que esperas de mí, siendo bondadoso, misericordioso, humilde y paciente con aquellos que me rodean y aceptando el cambio de vida al que me has llamado, luego de aceptarte. Amén.