Palabra:
“Y el mismo Señor de paz, os de siempre paz en toda manera. El señor sea con todos vosotros” (2 Tesalonicenses 3:16)
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Hace un mes, realicé un ejercicio para comprobar si mi intuición sobre un mundo convulsionado y voraz era cierta y me dediqué a seguir con detalle los noticieros y diarios nacionales e internacionales. Llegue a la conclusión de que el mundo actual se encuentra absorbido por una adicción al conflicto.
Desde las grandes cadenas periodísticas, hasta las redes sociales, el ser humano es impulsado a sentir una especie de fanatismo por las diferencias. Ver como resultará el final de la historia o de qué forma las partes encontradas resolverán su problema.
Ahora me pregunto: ¿Qué pasaría si en vez de ello promoviéramos el mismo nivel de interés, ya no por lo destructivo de una diferencia, sino por la calma y serenidad de la paz en comunión fraternal?
Sin dudas que el primer paso para cultivar ese cambio de mentalidad, es aprender a conducirnos por el amor que Dios nos profesa y que nos invita a compartir con todos nuestros hermanos. Un amor que perdona, sana y establece. Un amor que da la bienvenida, que compromete y que une. Aquel amor que se extiende a través del tiempo y que es el medio, junto con la fe, por el que expresamos nuestra gratitud y fidelidad al Señor.
A veces nos hemos olvidado de que ese es el amor por el que debemos luchar y que al final, será el que traerá la verdadera paz del Señor a todos los corazones.
Como dictan las escrituras, cantemos perpetuamente esa verdad que es el amor y la misericordia de Dios para con nosotros. Edifiquemos así su trono “por todas las generaciones”. (Salmos 89:1-4)
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Oración:
Señor, permíteme honrarte dando testimonio del amor y misericordia que me brindas cada día y guíame a ser instrumento de la paz y comunión fraternal a la que nos llamas, ayudando en Tu palabra a los que me rodean.