Palabra:
Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. (Hebreos 11:1)
Algunas personas me dicen: “Me gustaría tener gran fe”. Aunque a la mayoría de nosotros nos gustaría que Dios dejara caer esa clase de fe en nuestro regazo, esa no es la manera como Él actúa. La fe aumenta como resultado de nuestra obediencia en las cosas pequeñas. Todos nos maravillamos de la disposición de Abraham de ofrecer a Isaac por mandato del Señor. Pero, ¿alguna vez se ha detenido usted a pensar en todos sus pequeños pasos de sumisión que prepararon el camino para esta prueba tan grande?
A lo largo de su vida, Abraham obedeció a Dios. Por orden del Señor dejó su patria (Gn 12.1-4), fue circuncidado (17.10, 26), engendró a Isaac en su vejez (21.1-3), y envió lejos a su hijo Ismael (21.9-14). En el momento que se le pidió que ofreciera a Isaac como un sacrificio, él ya sabía que Dios sería siempre fiel a sus promesas. Sus experiencias anteriores lo habían enseñado a confiar en Él.
De la misma manera, cada pequeño paso de obediencia que damos solidifica nuestra confianza en Dios. Después, cuando Él nos desafíe con una tarea más difícil, un firme fundamento de seguridad nos capacitará para confiar en el Señor y obedecerle. Los grandes actos de fe fluyen de nuestra pasada relación con el Señor. Al desatender sus sencillas órdenes perdemos oportunidades invalorables de ser testigos de su fidelidad.
¿Le es difícil confiar en Dios? Tal vez sea porque usted ha ignorado esas “pequeñas” e “insignificantes” indicaciones del Espíritu Santo. El Señor considera importante cada uno de sus mandamientos, y promete premiar cada acto de obediencia, no importa su tamaño. La fe grande comienza con pasos pequeños.
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Oración:
Señor, muéstrame Tu verdad, la única que puede guiarme a la vida de abundante felicidad que brindas a cada uno de Tus hijos.