Palabra:
“De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos. Y cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como este, a mí me recibe” (Mateo 18:1-5)
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La humildad, es uno de los mas grandes valores que debemos perseguir, cuando caminamos junto a Dios. Ella nos permite dejar de lado el orgullo para perdonar a los que nos han hecho daño y reconocer cuando nosotros hemos sido los que hemos afectado a otros. Además nos ayuda a servir de manera más efectiva, porque nos da la sensatez para reconocer nuestras fortalezas y debilidades y poder así saber cuál es la mejor forma de ayudar a aquellos que nos rodean.
Es por ello que en las escrituras de hoy, cuando los discípulos preguntaron a Jesús, quien era el mayor en el reino de los Cielos, Él respondió, que era aquel que hubiera cultivado la mayor humildad. Poniendo a un niño en medio de ellos dijo: “Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos” (Mateo 18:4). Jesús invitaba a sus discípulos a mantener un espíritu manso, sumiso y humilde. Aquel espíritu que te hace digno de Dios y que se expresa a su vez en la sencillez, inocencia y capacidad de perdón semejantes a las de un niño.
Seamos entonces, dignos del Señor, sabiéndonos a disposición de su voluntad y poder y cultivando de esa manera, nuestro espíritu de humildad. Como dicta la palabra: “Cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de si con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno” (Romanos 12:3).
Seamos sensatos para reconocer nuestros errores, misericordiosos para perdonar y de esa forma humildes para honrar al Señor, sabiendo que: “cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido” (Lucas 14.11).
¡Que reine en nosotros la humildad!
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Oración:
Señor, ayúdame a cultivar un espiritu de humildad, para reconocer mis fortalezas y debilidades y servir en consecuencia a aquellos que me rodean. Permíteme retomar la sensatez cuando por alguna razon me gane la soberbia, sabiendo que Tu gracia solo es digna de los que ante Ti se humillan y aceptan con fe, Tu voluntad. Amén