Palabra:
Ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro. (Romanos 8:39)
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La sociedad moderna tiene muchas “soluciones” para la infelicidad. El poder, el amor, las drogas (legales o ilegales) son vistos como maneras de contrarrestar el vacío emocional, pero la felicidad que ofrecen se acaba pronto. Solamente el poder transformador de Dios puede convertir a alguien con un espíritu abatido, en un cristiano satisfecho que sabe lo que vale.
La persona que anhela sentirse plena, debe comenzar por recibir a Jesucristo como su Salvador. El pecado que hay entre ella y Dios tiene que desaparecer; después, con el poder del Espíritu Santo podrá encontrar el valor necesario para confrontar las heridas, frustraciones y pecados del pasado que pueden haber ayudado a que se sienta indigna del amor de Dios.
La persona con una sensación de plenitud se siente satisfecha con la vida. Los problemas son inevitables en este mundo, pero ellos no la destruyen ni la convierten en una persona amargada. ¿Por qué razón? Porque el creyente nacido de nuevo sabe que Dios ha prometido que hará que todo resulte para el bien de la vida de sus hijos (Ro 8.28).
El Señor puede hacer (y hará) conocer su amor al creyente que se lo pida. Su amor es lo que trae la plenitud. Y es que El amor de Dios es tan fuerte, accesible y firme que podemos iniciar cada día sabiendo que todo lo bueno viene de su mano, y que podemos enfrentar los desafíos con su poder. Su amor es lo que más importa en esta vida.
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Oración:
¡Gracias, Señor, porque tu amor es rico y puro, poderoso y sin medida! guíame a vivir cada día la vida plena que entregas a cada uno de los que te siguen con fidelidad. Amén.